EL CAPRICHO DE DIOS

El capricho de Dios eres tú. Pero Dios no es caprichoso. Y el capricho de Dios eres tú, aunque Dios no sea caprichoso, porque Él, sin embargo, se ha encaprichado contigo. ¿Acaso no ves cómo te cuida? ¿Acaso no percibes su mirada cariñosa que sigue tus pasos y está pendiente de todos tus gestos y de cada instante de tu jornada? ¿O es que no rezas y lo encuentras en tu silencio? ¿No percibes su compañía? ¿No te das cuenta de cómo te busca y te observa con atención, intentando adelantarse a tus dificultades y tropiezos, para que siempre camines con suavidad y con alegría? ¿No lo ves apresurándose para allanar tus caminos y desbrozar tus sendas, inquieto ante cualquier amenaza que pueda poner en peligro tus ilusiones o defraudar tu esperanza?

¿No ves con qué ilusión Dios te regala la vida para que descubras la felicidad y la paz? ¿Cómo te atreves a murmurar y lamentarte tantas veces, si Él no ha puesto en ti más que signos de esperanza y de futuro? Sí, Dios está encaprichado de ti y te mima. Te mima como no puedes imaginar, con la delicadeza y la alegría con la que nosotros gozamos de un niño, riendo sus gracias y disculpando sus debilidades y su impotencia, hasta sus enfados, haciendo de su incapacidad y su dependencia motivo de gozo y de cariño infinito.

Mira a tu lado. ¿Tan  insensible eres que no sientes la caricia de Dios? ¿Que cómo te acaricia? En el cariño y delicadeza con que está dirigiendo tus pasos puedes descubrir fácilmente su preocupación por ti; y en tantas manos amigas que encuentras está haciendo presente Él su solicitud y su debilidad caprichosa por ti. Porque Dios está realmente ilusionado, entusiasmado contigo. Te sigue tan de cerca, que más que seguirte es un abrazo, un abrazo continuo y profundo, en el que puedes abandonarte y consentir que siga estrechándose para sentirlo a Él cada vez más cerca, más dentro de ti.

Porque aunque Dios no sea caprichoso, porque su voluntad está infinitamente por encima y alejada de las veleidades de nuestras débiles y desnortadas querencias, sigue encaprichado con su creación, con tu persona, y empeñado en agradarte; y te lo muestra en cómo se hace cargo de tu fragilidad y de tu pobreza tendiendo a tu alrededor una delicada red de circunstancias y personas que te invitan a la confianza y a un caminar ilusionado, y que también te reclaman, a su vez, palabras de ánimo y sonrisas cómplices. Porque haberse encaprichado Dios contigo es ocasión de alegría incontenible y de éxtasis, de gozo y de paz absoluta; pero también de requerimiento por su parte, de demanda de cariño, de súplica de reconocimiento y de ternura. Porque haberse encaprichado Dios contigo significa que, de alguna manera, Él no puede ni quiere vivir sin ti, no soporta verte infeliz, y si lo mantienes lejano sufre tu ausencia… como la sufre cada vez que no te ve dichoso, que te descubre aislado y encerrado, insensible y opaco, agobiado y triste, temeroso y asustado.

Y ahí ha de situarse tu correspondencia a su capricho: en el reconocimiento tuyo de su interés por ti, que te lleve a llenarte de ese fuego suyo que te inflama y a descubrir el calor que irradia de su abrazo y que te lleva a sentirlo en quienes te rodean y a transmitírselo tú a ellos, que son también capricho suyo y enviados por Él a tu lado, como tú al suyo, porque solos no podéis sentir en toda su profundidad los misteriosos lazos del Espíritu, la caricia suave, el abrazo, el soplo divino.

Pero no olvides, aunque tú seas su capricho, que Dios no es caprichoso… a Él no le valen la adulación ni los halagos, las carantoñas, actitudes pueriles o antojos de conveniencia; muy al contrario, el hecho de que tú seas un capricho suyo es algo muy serio, es una cuestión decisiva y comprometida. Si Dios te elige y te mima es porque te encarga algo, algo definitivo para Él y para ti: que hagas evidente a todos ese capricho suyo, que se note en tu vida. Pero no en el triunfo o en el éxito, sino en tu misma sencillez e insignificancia. Que noten en ti qué significa haberse encaprichado Dios contigo y saberte rodeada de su ternura y su cariño. Que, sin necesidad de presumir, reboses de vida feliz no porque gozas de inmunidad frente a las limitaciones y tristezas, sino porque ellas, cuando se presentan, no hacen disminuir su caricia profunda, su indudable compañía. Que no hay obstáculo o sinsabor que haga desaparecer tu sonrisa o disminuir tu coraje y tu confianza en Él.

Porque ser un capricho de Dios, y saberlo, te emplaza a no dejar de apreciarlo ni de notarlo nunca; al contrario a agradecerlo sin descanso, porque sus caprichos no son pasajeros, a Él lo comprometen para siempre; y, por ello, también a ti te sitúa para siempre en los terrenos de su vida, en las honduras divinas de su dudosa preferencia por ti, frágil y débil, torpe y deforme. Has de celebrar una y mil veces, continuamente y sin olvidarte nunca, tu torpeza y tu innegable pequeñez, la indignidad radical de tu persona, de la que Él se ha enamorado tontamente; y esa insignificancia es precisamente la que te colma de alegría al ver su caprichoso gusto. Porque te repito, y eso también lo has de saber y no olvidarlo nunca porque es decisión eterna suya, jamás se va a arrepentir de su capricho, lo vas a tener insistentemente a tu lado, dentro y fuera de ti, abrazándote por fuera y colmándote desde dentro, para que ya nunca más, ¡nunca!, vivas en la tristeza o el desánimo, para que sepas que has perdido tu dudoso derecho a desesperarte, a renunciar, o incluso a la protesta o a quejarte. Ya no puedes quejarte ni protestar de nada, ya no te consiente que mires a tu alrededor con desconfianza o con aires de sospecha…  es el precio, el único precio de su capricho: que te ilumine, que transparentes su deliciosa inclinación por ti, que no te la guardes para ti, que nos hagas partícipes. Pues el único objetivo de su capricho por ti, además de colmarte de paz y de alegría, es ése: que no te lo reserves, que tu vida estalle, y que en su onda de amor y de alegría lo arrastre todo, contagie a todos…

Porque, como Dios no es caprichoso, su único capricho: tú, lo quiere para por medio de él: de ti, llegar a todos… Y es que, y te lo dice guiñándote un ojo, en el colmo de su amor y su misterio, también de ellos se ha encaprichado…

Por |2019-04-01T18:03:31+01:00abril 1st, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

Deja tu comentario