PASAR HACIENDO EL BIEN

Dios no sólo se complica la vida como Dios y decide encarnarse, llegando hasta nosotros en nuestra propia naturaleza humana y asumiendo con ello tanto sus limitaciones como su horizonte abierto y su anhelo de infinitud; sino que, encarnado en Cristo, también se complica la vida como hombre.  Así, Jesús no se contenta con vivir una vida oculta en santidad y aislamiento; o en permanecer a la espera, disponible y complaciente  para quien acuda hasta él; sino que toma la iniciativa y decide ser él quien nos sale al paso para provocar nuestro encuentro con él; y, con ello, nuestro reconocimiento o nuestro rechazo.

Jesús no se conforma con ser un buen hombre, sino que se empeña en pasar haciendo el bien.  Probablemente pueda decirse de cualquiera de nosotros, como de muchos otros, que, a pesar de nuestros altibajos y de nuestros defectos, de nuestros errores y debilidades, somos en el fondo buenas personas; sin embargo, nadie se atrevería a definir nuestra vida como la de una persona que pasa haciendo el bien. Con frecuencia es más acertado decir todo lo contrario: pasamos haciendo el mal, a pesar de que en el fondo no somos malos.

Pasar haciendo el bien significa haber sido tocado por Dios, haberse dejado, voluntariamente, contagiar por la fuerza irresistible de su Espíritu, cuyo impulso doblega nuestro afán de protagonismo y nos hace, como a San Pablo, exclamar: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”. No es conformarse con creer en Dios y seguir impertérritos “los caminos de los hombres”.

Jesús nos abre otro horizonte, más allá del simple, conformista y poco exigente “ser buenas personas”: el de estar obsesionados por hacer el bien y no saber vivir sin hacerlo. Jesús solamente quiere vivir para hacer el bien; y, si no, prefiere la muerte. Vive desviviéndose voluntariamente por los demás.

La única forma divina de ser hombre es la de Jesús, y Dios no sabe ser hombre de otra manera. No puede vivir humanamente de otra manera; sino de la misma en que vive su divinidad: entregando su vida, desviviéndose en el otro. Cuando es Dios lo hace en la Trinidad y cuando es hombre lo hace con la humanidad. ¿Un enigma incomprensible todavía para nosotros? ¡Por supuesto! Pero una aventura extraordinaria: la de nuestra vida y nuestra muerte, nuestro presente y nuestro futuro, nuestros anhelos y nuestra esperanza.

Dios nos da la vida y nos enseña a vivir. Y Dios sólo sabe vivir de una forma, esa forma que cuando se hace hombre definimos, simplemente, como pasar haciendo el bien. Si en Jesús, el Cristo, reconocemos a nuestro Dios, vivamos la vida a su manera, la de Dios, y no a la nuestra.

  

Por |2019-02-23T23:35:31+01:00febrero 11th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

Deja tu comentario