Pedro lo dice sin tapujos: llevo toda la noche intentándolo, estoy cansado, y está claro que hoy no es día favorable; pero si tú lo dices…
Mi jornada, y tal vez todo el mes, o todo el año, han resultado baldíos, he empleado todas mis energías en intentar conseguir salir adelante en mi tarea de ganarme honradamente el pan de cada día; no he escatimado esfuerzos para obtener lo necesario y cumplir con mi responsabilidad personal, familiar y profesional; sé de sobra que mi fracaso no es fruto de falta de pericia, ni de dejadez o negligencia; todo el mundo sabe que en ocasiones la vida es dura y no puedes recoger el fruto merecido de tu trabajo. Y yo, aunque lo acepto resignado, me pregunto si vale la pena… sí, estoy decepcionado… pero si tú lo dices…
Había puesto toda mi ilusión en el proyecto, me había entregado con pasión a todos los preparativos, a establecer las tareas y los plazos, a cuidar los detalles y que no pudieran presentarse imprevistos ni demoras; conseguí movilizar a todos los implicados, convencerlos de que valía la pena; todo iba tomando cuerpo y ya parecía llegar el final feliz de tantos desvelos, el momento de decir que lo habíamos conseguido. Y, sin embargo, todo se vino abajo de golpe desmoronándose absurdamente por lo que parecían unos simples detalles sin importancia… sí, hundimiento y absoluto fracaso… pero si tú lo dices…
Me pidieron que acudiera a ayudarlos, me necesitaban, confiaban sólo en mí y se encontraban perdidos y desamparados hasta el punto de que si yo no los atendía, decían, ya nada podrían hacer, sino dejarse llevar por la desesperación y rezar… Yo lo sentí como un desafío a mi conciencia y a mi compromiso cristiano y acudí feliz a socorrerlos y animarlos, a implicarme en sus vidas y movilizar recursos y personas al objeto de romper el círculo vicioso que parecía haberse establecido; y así, con el esfuerzo de todos, logramos que salieran del pozo al que habían caído y se hiciera un poco de luz en su existencia. Recuperaron la dignidad perdida y comenzaron de nuevo a vivir ilusionados. ¡Era tan gratificante ver el éxito de una simple actitud de sincera caridad! Sin embargo, en lugar del agradecimiento llegó la desconfianza y el desprecio, el velado reproche de haberlos humillado, la acusación de haberme entrometido en sus vidas; y olvidaron que habían sido ellos quienes me habían llamado… la satisfacción se me convirtió en amargura y escepticismo: ¿para qué ejercer la caridad más allá de dar unas monedas?, ¿para qué esforzarse por el prójimo, si eso los avergüenza?… pero si tú lo dices…
Confié en mi amado, en mi amada, en mis íntimos; me entregué entusiasmado a aquéllos con quienes compartía mi vida y la puse en sus manos esperando emprender juntos un camino esforzado en el que experimentáramos el gozo y la alegría, aún al precio de estar también unidos en los momentos más duros o en los posibles reveses. Y vivía así confiado, considerando haber encontrado ya compañeros de camino. Pero comenzaron a surgir las dudas, y un insignificante contratiempo se convirtió en obstáculo aparentemente insalvable, porque despertó recelos, envidias ocultas… y gangrenó la herida. Me consumía la angustia, la decepción ante la miseria de lo humano: ¿fiarse del otro? ¿para qué amar sin condiciones?… pero si tú lo dices…
Si tú lo dices… aunque mi esfuerzo y mi duro trabajo no logren el éxito que en estricta justicia merecen, jamás me invadirá el desánimo. Más bien, ayúdame a saber agradecerte siempre que de ese modo me guardes de la codicia y de las falsas pretensiones, para seguir trabajando con humildad y sencillez, alegre en mis aparentes derrotas.
Si tú lo dices… el fracaso de mis planes me hará recordar el juramento que hice de seguir los tuyos y de esperar en tus promesas y no en mis previsiones, en la vanidad de mis proyectos o en la pujanza de mis fuerzas. Y seguiré conduciendo mi vida hacia adelante, arrepentido e ilusionado.
Si tú lo dices… mi disponibilidad y mi servicio, mi actitud caritativa, no estará impregnada de ningún reclamo de reconocimiento o empañada por pretensiones de gratitud; sino que buscará la sombra y el anonimato, sintiendo solamente el calor de lo humano, y queriendo pasar desapercibida entre el bullicio, sin importarle la posible ingratitud. Y yo, feliz desde la sombra, me seguiré entregando.
Si tú lo dices… la decepción de la amada, del amado, la traición del amigo, la crueldad del compañero de camino, el abandono, el profundo desgarro de la separación y el rechazo; el desencanto y la frustración tras la confianza y el amor truncado, no me hundirá en el lodo ni me revolverá en el fango; y la inevitable tristeza no aniquilará mi fe ni arruinará mi esperanza.
Porque sé, Señor, que si tú lo dices… es porque estás siempre a mi lado. Sé que si tú lo dices… la red vacía de mis desvelos e inquietudes, de mis amarguras y de mis fracasos, al volverla a lanzar por tu palabra, se llenará de alegría y de promesas. Si tú lo dices… seguiré siendo dócil a tu voz, para así descubrir mi indignidad ante la abundancia de tus dones, ante el regalo de tu gracia. Y al confesarte llorando que soy un pecador y no me atrevo ni a mirarte, te digo también que sin ti me hundo en mi miseria.
Si tú lo dices… echaré de nuevo mis redes en tu nombre, una y mil veces. Y Tú lo dices, no dejas de decírmelo. Y yo sólo te digo: no lo merezco, pero… sigue a mi lado. Y no dejes de decírmelo.
Gracias por estas palabras de aliento y esperanza
Esta lectura es como si el Señor me hablará. Sí, Él me lo dice. Gracias por compartir.