¿UN RECHAZO INEVITABLE? (Lc 4, 21-30)

Pretender la aprobación de todos, cuando la pretensión de cumplir Dios su promesa la encarna Jesús, el hijo del carpintero, aquel cuya familia es conocida y a quien tenemos por uno más de nosotros, sin ningún rasgo distintivo solemne y deslumbrante, no parece posible. El rechazo de Jesús parece inevitable; parece ser Él mismo quien lo provoca.

Los evangelios, a la par que relatos del anuncio por Jesús del Evangelio y de su testimonio creciente de fidelidad y entrega hasta la cruz, son también la crónica de su continuo rechazo. Los momentos de admiración y aceptación entusiasta son siempre, a la larga, pasajeros.

Nuestra religiosidad solamente sabe descubrir la presencia de Dios en lo extraordinario, y se le hace difícil reconocerlo caminando a nuestro lado, mucho menos siendo uno de los nuestros. ¡Qué miedo nos da que Dios esté tan cerca! ¡Cómo eso pone en evidencia nuestro vivir, le da un vuelco imprevisto!

Así siempre. Herodes tenía envidia del Mesías,  considerándolo su rival, porque pensaba que iba a ser un Rey poderoso, y lo intenta eliminar. Los nazarenos le tienen celos porque es demasiado poco, es uno de ellos, demasiado humano para pretender encarnar a Dios. El rechazo parece convertirse en un signo definitivo de identidad cristiana; parece que la prueba decisiva de que Dios se hace presente en Él es precisamente el ser rechazado por todos y no contentar a nadie.

Y es que, estar Dios a nuestro lado, ¡nos deja tan al descubierto! Nos sentimos desnudos, como Adán y Eva tras su pecado, avergonzados. Porque Jesús me hace patente lo que yo podría ser, lo que estoy llamado a ser. ¿Y quiero serlo? ¿Me atrevo? No es nada fácil dejar de lado nuestras pretensiones, esa religiosidad espontánea y bienintencionada, que tantas veces se sitúa en el área del sentimentalismo, y reconocer que una simple persona, ese Jesús, cuya existencia aparentemente es tan rutinaria y prosaica como la nuestra, es el único Salvador, el único que nos abre el horizonte de la trascendencia. ¿Nos hemos parado a pensar con profundidad ese dato cierto de que Dios no puede triunfar en nuestro mundo? ¿Que la única huella del paso de Jesús por la Tierra, mientras vive en ella, sea la del rechazo? Porque, ciertamente, su misión salvífica, el reconocimiento de su pretensión de cumplimiento y plenitud, fue reconocida por sus discípulos después de su resurrección; pero su paso por este mundo (y eso que pasó haciendo el bien), no consiguió sino censura por parte de las autoridades, desaprobación del pueblo y enemistad de sus conciudadanos.

Sin embargo, como sucedió en Nazaret, nuestro rechazo a Jesús no puede destruirlo. Su fuerza es tal, que nadie se atreve a interponerse en su camino; y lo que hacemos es apartarnos. El rechazo, inevitable si uno no se deja atraer y arrastrar por Él a la hondura del misterio y a la perspectiva de la promesa, ni es capaz de destruirlo, ni detendrá nunca el desarrollo de ese cumplimiento de lo anunciado. Por eso, a pesar del evidente rechazo y fracaso púbico, siempre hubo también quien se dejó sanar por Él y le siguió, agradeciendo la luz y alegría que su paso le había aportado; también de testimonios de seguimiento están llenos los evangelios.

A Dios podemos expulsarlo de nuestro pueblo, desterrarlo de nuestra vida, pero Él seguirá anunciando el Evangelio, convocándonos a la plenitud, porque cumple sus promesas. Su perdón, su misericordia, la caricia de su mano están siempre a nuestro alcance. Y el rechazo, cuando uno se atreve a dejarse mirar por Él profundamente, no es inevitable.

Un comentario

  1. Nines Herrero 19 febrero, 2019 en 16:55 - Responder

    Leyendo tu reflexión, y ya casi acabándola, pensaba lo negativo y pesimista del texto. Pensaba en que olvidabas que todo el que vivía de cerca la fuerza de su presencia, volvía a la vida renovado, con nuevas fuerzas para seguir por la vida, con esperanza del bien hacer, con alegría por sentirse sanado y por sentirse parte de la misión salvadora de Dios.
    Por supuesto, rectifico mi pensamiento, ya que al final das esa visión que me hace volver al optimismo.
    La vivencia de Dios a tu lado es tan sutil, que resulta casi imperceptible, pero cuando te das cuenta de que ha pasado sientes por dentro tal huracán, tempestad y fuerza que no hay palabras que lo puedan describir.

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